“Fue la más dulce y cariñosa, dormía sobre mi pecho, cómplice de mi sueño y de mi cama […]. Qué desgracia tu muerte, Myia. Ahora estás atrapada en el anonimato de una tumba profunda”. Este precioso epitafio (que descubrí gracias a Fernando Siles) apareció escrito en una losa de piedra en 1865, cuando se construía la estación de trenes de Auch, al sur de Francia.
Es del siglo I d. C. y Myia era una perra.
¿Una perra Sí. Y es curioso porque, en los últimos años, a medida que Occidente se encamina al “invierno demográfico“, surgen voces y más voces que denuncian cómo nos estamos “volviendo locos con los perros/los gatos/los cerdos vietnamitas” y estamos olvidándonos de “cosas más importantes”.
No entraré en el fondo de la crítica ahora mismo, pero sí me he preguntado: ¿es esa supuesta obsesión por los perros algo propio de nuestra época La respuesta, por supuesto, es “en absoluto”.
La Ciudad y los perros. Quizás la curiosidad más conocida sobre la relación que tenían romanos y perros sea la locución latina ‘cave canem‘: “cuidado con el perro”. La frase apareció en un famoso mosaico en Pompeya, pero según parece es una inscripción que se puede encontrar, recurrentemente, en decenas de asentamientos romanos por todo el mundo.
No es raro. Desde hace unos años, sabemos que los romanos se tomaban muy en serio el mundo que rodea al “mejor amigo del hombre”. Hasta el punto que, como descubrió en 2020 un equipo de la Universidad de Granada, “tenían como mascotas a perros de pequeño tamaño, muy parecidos a los chihuahuas o pequineses”. Eso denota un proceso institucionalizado muy desarrollado de selección genética y crianza.
También, como en la lápida de Auch, denota ‘cariño’. De hecho, los investigadores de la UGR encontraron los restos caninos en necrópolis del sur de la península (asociados normalmente a zonas de “enterramientos humanos infantiles”). Sabíamos, por las crónicas, que el emperador Adriano enterraba a sus perros y caballos favoritos, pero los descubrimientos de los últimos años parecen dejar claro que la práctica iba mucho más allá.
Eso sí, la cosa viene de mucho antes. En 2019, un equipo conjunto de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la Universidad de Barcelona analizó más de una veintena de perros que habían aparecido enterrados en espacios funerarios neolíticos en los alrededores de la ciudad condal.
Como no es un tema demasiado estudiado, no está claro por qué se enterraban a los perros en las necrópolis humanas, pero las pruebas disponibles (los análisis isotópicos mostraban, por ejemplo, que canes y humanos compartían una alimentación similar) hacen sospechar a los investigadores que se sacrificaban y enterraban con sus dueños para que les siguieran haciendo compañía en la muerte.
Teniendo en cuenta que hay centenares de momias en el antiguo Egipto o que Jenofonte dedica buena parte de su tratado “Kynegeticos” a desglosar las características de cada raza de perro y los métodos de entrenamiento más eficaces, nada de esto debería sorprendernos demasiado.
Así que volvamos a Roma. Y es que fue Plinio el Viejo el primero (que sepamos) que llamó al perro “el compañero más fiel del hombre”, Marcial dedicó un delicioso epigrama sobre un perro llamado Isa, su dueño y cómo compartían “alegrías y tristezas” y, como se puede leer en la abundante literatura satírica romana, no faltaban críticas ante la decadencia que suponía “mimar a los perros” (“no sólo con abrazos, sino también con comida servida en cantidades abundantes y sabrosas”).
Esto me parece capital porque, en fin, no solo no somos originales en nuestra obsesión con los perros. Ni siquiera lo somos criticándola.
Ha habido muchos mundos y todos están en este. A menudo tendemos a “naturalizar” las cosas a las que estamos acostumbrados. Sin motivo evidente, además. Porque el mundo es mucho más diverso, salvaje e inclasificable que lo que “sueñan nuestras filosofías”.
Dado que las críticas a los perros se suelen relacionar con las bajas tasas de fertilidad, me parece especialmente interesante recordar que este “declive demográfico” tampoco es nuevo.
Como señalaba el demógrafo Lyman Stone, “la transición a tasas de fertilidad más baja podría haber ocurrido en 1500 o 1300 o 900 o 500 aC; de hecho, probablemente sucedió en esos períodos en varios lugares, pero debido a que no sucedió al mismo tiempo que el crecimiento económico masivo para mejorar el nivel de vida, mejorar la supervivencia infantil y compensar las pérdidas de población por la caída de la fertilidad, nunca se mantuvo”.
Es decir, hay muy pocas cosas que en las que seamos pioneros. Y eso, volviendo a los perros, se traduce en que probablemente tenemos más restos romanos de enterramientos animales porque el Imperio fue, para amplias capas de la población, un momento en que se podían permitir ese tipo de cosas. Igual que ahora.
Habrá quien sostenga que esto no es más que una muestra de que vivimos un periodo “análogo” a los últimos siglos del Imperio. Y puede ser. Nunca escatimamos esfuerzos en moralizar sobre el desarrollo económico. Lo pensaré con calma mientras juego con mi perro.
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Imagen | Italian Ministry of Culture
– La noticia El epitafio más conmovedor de la historia de la humanidad lo escribió un romano del siglo I. Y se lo escribió a su perro fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .