Yo llevaba ya unas cuantas semanas buscando piso y encadenando visitas sin demasiado éxito a apartamentos que o bien resultaban demasiado pequeños o demasiado caros, así que cuando encontré el anunció de un ático amplio y a un precio razonable en el centro de mi ciudad ni me lo pensé. Llamé. Acordamos una visita. Y el día de autos me presenté puntual en el portal del edificio, un inmueble histórico del siglo XIX. Tuve suerte. No me lo quedé. Y ojo, no porque la vivienda fuese mala o sus condiciones abusivas. No me lo quedé por la sencilla razón de que era verano y el sol pegaba sobre el tejado con tanta rabia que en cuanto la agente inmobiliaria abrió la puerta y crucé el umbral sentí que entraba en un horno.
Eso pasó en un edificio de Vigo, con clima Atlántico. En París les ocurre lo mismo multiplicado de forma exponencial, con una increíble profusión de tejados de zinc y sujetos a veranos tan tórridos que ya se han visto obligados a buscar soluciones. El objetivo está claro: que las casas sigan siendo casas en agosto, no hornos.
Cuando el calor aprieta… En París han estado durante los últimos días ligeramente por debajo de los 30º, menos que en buena parte de España, pero no siempre ha sido así. Dejando al margen la mortífera ola de calor de 1911, cuando en la capital gala llegaron a alcanzar 40º a la sombra y las altas temperaturas dejaron en el país un saldo de unos 40.000 fallecidos en cuestión de solo 70 días, en la ciudad de las luces se han enfrentado a situaciones dramáticas por el calor.
En 2019 otra ola achicharrante dejó más de 1.400 fallecidos en Francia y años antes, en 2003, la canícula se cobró 15.000 vidas. Ese verano los vecinos de París se enfrentaron a nueve días durante los que la temperatura diurna superó los 35º, con valores que llegaron a escalar a 40º. Y las previsiones no invitan al optimismo. Si no frenamos las emisiones de gases de efecto invernadero, el IPCC ya advierte de que a finales de este mismo siglo la temperatura global será casi tres grados superior a la que se registraba, por término medio, en la era preindustrial.
… Y las ciudades no ayudan. El problema al que se enfrenta París no es solo que haga calor, que también, sino que muchos de sus edificios no están preparados para afrontar la canícula. En julio la Escuela de Medio Ambiente de Yale le dedicó un extenso artículo al tema en el que aseguraba que casi el 80% de los edificios de la ciudad están cubiertos con techos de zinc, un material metálico al que se recurría en el XIX por su precio y resistencia a la corrosión y el fuego.
El problema —explicaba Jeff Goodell— es que esos mismos techos, ahora, en el siglo XIX, pueden resultar “mortales”, alcanzando temperaturas de hasta 90º en pleno verano. “Y como las buhardillas de los pisos superiores no estaban aisladas, ese calor se transfiere a las habitaciones de abajo”, apostilla el artículo.
El problema no es sencillo. Ni tampoco nuevo. Así como tenemos barrios, ciudades o incluso naciones levantadas en su día en zonas costeras por personas totalmente ajenas a la idea de que el nivel de los océanos pudiese aumentar con el paso del tiempo, tampoco se construyeron ciudades pensando en las alteraciones del clima. Esa realidad todavía la estamos estudiando y asumiendo hoy.
Repensando los tejados. Eso es lo que han hecho básicamente en Francia. Sobre la mesa se han puesto ya varias posibilidades, como cambiar el color de los tejados o incluso su fisionomía. De todas las opciones que se han planteado esta última es quizás la más curiosa por su premisa: lo que plantea es reconvertir las cubiertas de edificios en espacios verdes. Uno de impulsores es Roffscapes, una startup surgida del MIT hace ya tres años que acabó incorporándose a Urban Lab, el laboratorio de innovación urbana del Ayuntamiento de París y que incluso ganó la beca Paris Resilient Innovation para crear un proyecto piloto en la urbe.
Su propuesta es sencilla. Al menos sobre el papel. Lo que plantea es construir espacios verdes en los tejados inclinados de París para reducir las temperaturas y mejorar la calidad de vida de los vecinos. Todo con ayuda de estructuras de madera que sirven de soporte a espacios en los que cultivar vegetales, mejorar la retención del agua de lluvia y calidad del aire y reforzar la biodiversidad urbana. “Supone una forma de desbloquear las posibilidades de los edificios”, explica Eytan Levi, cofundador de Roffscapes: “Estas superficies no se usarían de otra manera”.
De la teoría, a la práctica. Una cosa es la teoría. Y otra, la práctica. “En los centros de las ciudades europeas, dos tercios de los tejados son inclinados y no hay solución para hacerlos accesibles y ponerles superficies verdes”, señala Tim Cousin en un comunicado del MIT: “Mientras tanto, tenemos problemas con islas de calor y calor excesivo en los centros urbanos, entre otros problemas como el colapso de la biodiversidad, retención de agua de lluvia o falta de espacios verdes. Los techos verdes son una de las mejores maneras de abordar todos estos problemas”.
La medida no es del todo nueva. En 2015 Francia decidió seguir los pasos de Copenhague e impulsó una normativa especial para obligar a los nuevos inmuebles levantados en zonas comerciales a cubrirse con techos verdes o paneles solares. Su objetivo era combatir el efecto “isla de calor” que afecta a las grandes metrópolis y lograr algunos beneficios extra, como absorber el agua de la lluvia, reducir la escorrentía y, en el caso de los paneles, impulsar las fuentes renovables.
¿Cuestión de colores? Las cubiertas verdes no son la única solución que se ha puesto sobre la mesa. Otra de las opciones pasa por pintar tejados de blanco para mejorar su reflectancia y evitar así que absorban tanto calor, si bien —recordaba el artículo publicado por la Universidad de Yale— dado el color claro de los tejados parisinos de zinc el impacto de una medida así puede resultar modesto.
La medida tampoco es del todo nueva. Otras ciudades han optado también por pintar algunas de sus calles de blanco para lograr un mayor reflejo de la luz solar y hay investigadores decididos a lograr el blanco más puro posible, con un nivel de reflectancia solar que se aproxima ya al 99% y ayuda a combatir el calor.
Ni las únicas medidas, ni la única ciudad. Así es. Ni los techos verdes ni la pintura blanca son los únicos recursos de los que dispone París para combatir las olas de calor. La ciudad se ha dedicado a plantar miles de árboles con el propósito de llegar a 2026 con un sorprendente balance de 170.000 y ha apostado además por especies resistentes al calor. Como parte de ese empeño, ha echado mano también de un sistema de refrigeración urbana basado en una amplia red de tuberías subterráneas que enfrían lugares emblemáticos, como el Louvre.
Tampoco la capital francesa es la única en aplicar medidas de ese tipo. En Colombia, Estados Unidos, la India, China… han desplegado también diferentes estrategias con un mismo propósito: evitar las islas de calor. Aquí, en España, tenemos un ejemplo reciente con el Jardín del Viento previsto en Madrid.
Imágenes: Nil Castellví y MIT
– La noticia París está reinventando la arquitectura de toda la ciudad. Tiene un buen motivo: las olas de calor fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .