Hubo una vez un barco con ruedas que creyó haber reinventado la navegación. Terminó del único modo posible
Es lo que tienen las ideas. Las hay estelares. Y las hay estrelladas. A finales del siglo XIX, Ernest Bazin, por lo demás un brillante inventor galo reconocido gracias a sus aportaciones técnicas a la exploración submarina o patentes como la de un motor, un arado eléctrico o un cortador de verduras, tuvo una idea de las últimas: las que nacen estrelladas. O, dado el caso, condenadas a naufragar estrepitosamente.
Hacia la década de 1890, Bazin, un anciano ya con una dilatada experiencia en el mar a sus espaldas y que contaba con distinciones tan importantes como la Legión de Honor de Francia o la Orden del Cristo de Portugal, decidió lanzarse a un reto digno de su talento: repensar los barcos. Su objetivo era ni más ni menos que “replantear” su diseño tradicional en busca de una mayor eficiencia.
Con semejante propósito en mente decidió poner en marcha una propuesta en apariencia descabellada: diseñar buques con ruedas, grandes discos situados por pares a ambos lados del casco, igual que si de un carro acuático se tratara. Quizás sonara a chifladura, pero lo que Bazin buscaba era una forma de desplazamiento más eficiente y que permitiera dotar a los navíos de mayor velocidad.
“Minimizar la fricción”
“El principio en el que se basa el buque es la sustitución del movimiento de deslizamiento ordinario del casco por el agua por la rodadura de las grandes ruedas con el fin de minimizar la fricción“, recoge un artículo que Nature dedicó en 1897 al invento del ingeniero francés. Gracias a su diseño —recogía la revista británica— se esperaba que el navío de Bazin pudiese avanzar el doble de rápido que otro convencional provisto de una potencia equivalente.
“El objetivo de Bazin ha sido aumentar la velocidad suprimiendo la fricción del agua contra el buque cuando este se ve obligado a avanzar —recoge otro artículo, de 1896, publicado en Kingston Gleaner y recogido por Maritime Heritage—. Para ello ha sustituido el casco ordinario de un buque por una especie de plataforma sostenida sobre el agua por ruedas giratorias de forma lenticular”.
A Bazin no le llegaba con hacer cálculos encerrado en su despacho, así que en 1892 presentó una patente y tiempo después llevó sus ideas del papel a los astilleros. El resultado fue un buque que tomó su propio nombre, el Enerst Bazin, construido en Saint-Denis gracias al respaldo de una sociedad anónima constituida en 1893, la Naviere-express-rouler-Bazin, y que se botó finalmente en 1986.
Poco después el barco se trasladó por las aguas del Sena hasta Rouen para que sus creadores pudiesen añadirle los motores y el resto de la maquinaria necesarias para su siguiente desafío: un viaje experimental por el Canal de la Mancha.
La crónica publicada en Nature nos permite saber con exactitud cómo era la embarcación: 280 toneladas de desplazamiento, 39 metros de eslora y una manga de 11,5 m. “El armazón y casco se apoyan sobre seis ruedas lenticulares huecas de 32 pies y 10 pulgadas [unos 10 m] de diámetro, de las que aproximadamente un tercio estarán sumergidas”, abunda el artículo, que detalla que los motores, la carga y las cabinas se situaban sobre un armazón y los ejes de las ruedas.
“Las máquinas están construidas para desarrollar una potencia de 750 caballos, de los cuales 550 se usarán para la hélice y 200 para mover los tres pares de ruedas. Con esta potencia, un vapor ordinario de un tonelaje similar no superaría los 18 o 19 nudos. Se espera que el Bazin alcance el doble de esta velocidad”.
El buque llegó a realizar una prueba en Le Havre, pero lo que tan buenos resultados y tanto prometía sobre el papel no funcionó en la práctica.
Aquel peculiar diseño de Ernest Bazin había logrado fama dentro y fuera de Francia, pero ni el diseño ni las ruedas respondieron como él esperaba. Su artífice fallecía no mucho después, en enero de 1898, sin margen para ver trasladados a la práctica los planos mejorados para un transatlántico con cuatro pares de discos en el que, se cuenta, había estado trabajando hasta poco antes de su fallecimiento.
Quizás su experimento no llegase a buen puerto, pero a lo largo de las décadas siguientes el concepto de “barco rodante” seguiría inspirando a otros inventores, como Frederick Knapp, un abogado canadiense que diseñó un peculiar buque con forma de rodillo. El desenlace no fue muy diferente al que había padecido el buque de Bazin y su, pero su historia es material ya para otro artículo.
Imágenes: Wikipedia 1 y 2 y Jorge Franganillo (Flickr)
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La noticia Hubo una vez un barco con ruedas que creyó haber reinventado la navegación. Terminó del único modo posible fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .