“El mundo le debe a Ucrania su seguridad”. La frase, contundente, sin muchas concesiones a la interpretación, la soltó el ministro de exteriores ucranio, Dmytro Kuleba, ante la Asamblea General de la ONU a finales de febrero de 2022, horas antes de que las tropas rusas iniciasen su ofensiva militar en la región del Donbás, y aunque tiene mucho de retórica bélica cocinada para los titulares, lo cierto es que en algo sí es cierta. Hace casi 30 años, cuando Putin hacía carrera en las oficinas de Sant Petersburgo, Ucrania, efectivamente, dio un paso que permitió respirar de alivio al planeta.
El 5 de diciembre de 1994, el entonces primer ministro ucranio, Leonid Kuchma, firmó el Memorándum sobre Garantías de Seguridad, más conocido como ‘Budapest’ por la ciudad en la que se cerró. El acuerdo, en el que se implicaron también Estados Unidos, Reino Unido y la Federación de Rusia, se puede resumir en dos grandes ideas: las diferentes partes se comprometían a respetar las fronteras y límites de Ucrania, reconociendo su soberanía sobre el territorio; y el ex satélite soviético asumía el compromiso de deshacerse de su armamento nuclear.
Porque sí, a principios de los 90, como herencia de la URSS, Ucrania, un país no muy diferente a España en superficie y población atesoraba un arsenal nuclear que lo convertía en un problema de primer orden mundial. Como recuerda Carlos A. Montaner en la CNN, la república sumaba 1.900 ojivas, silos estratégicos y aviones que le hubiesen permitido destrozar las grandes ciudades estadounidenses con bombas considerablemente más potentes que la de Hiroshima.
Con semejante arsenal y capacidad de destrucción, Ucrania se alzaba en el complejo tablero “post URSS” como la tercera nación del mundo con mayor volumen de armamento atómico.
Por delante incluso de Israel, Francia o Reino Unido.
La herencia de la URSS
El Memorándum de Budapest se cerró en un escenario complejo y delicado, apenas tres años después del colapso de la URSS y pasados siete de la rúbrica del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, que había entrado en vigor en 1988. A modo de herencia la Guerra Fría dejaba al mundo tres estados en una situación particularmente difícil: Bielorrusia, Kazajstán y, por supuesto, Ucrania, ex satélites que conservaban armas nucleares en sus territorios. Tras la firma en la capital húngara, la república envío su armamento a Rusia para que lo desmantelara.
¿Qué conseguía a cambio Kiev? Un compromiso, por escrito, con la estampa de los máximos dirigentes, que despejaba su futuro. Al menos en apariencia. Los firmantes, entre ellos la propia Rusia, avanzaban su respeto por “la independencia, soberanía y las fronteras existentes de Ucrania” y descartaban cualquier amenaza a “la integridad territorial o independencia política” del país. Es más, en caso de que la república se convirtiese “en víctima de un acto de agresión”, garantizaban que buscarían una respuesta “inmediata” del Consejo de Seguridad de la ONU para “asistirla”.
Hoy la guerra supera ya el año sin miras de que vaya a resolverse a corto plazo, las víctimas civiles se cuentan por miles —en febrero Naciones Unidas registraba en el país casi 19.000, entre muertos y heridos— y buena parte de la población tiene todavía grabadas las imágenes de ciudades destruidas y familias refugiadas bajo tierra. La gran pregunta que algunos se planteaban en febrero de 2022, sin embargo es: ¿Qué habría ocurrido si Ucrania no hubiese renunciado en los 90 a su arsenal?
La pregunta no es nueva. Hace ya casi una década, en 2014, Rusia vulneró el memorándum al arrebatarle a Ucrania la región de Crimea y la ciudad de Sebastopol, la urbe portuaria más poblada de la península. Aquel episodio llegó acompañado de la sensación, entre muchos ucranianos, de que la decisión del 94 había sido un error. Tras la invasión de las tropas rusas, de hecho, la idea del rearme nuclear alcanzó un respaldo histórico entre la sociedad ucrania que rozó casi el 50%.
Tras el estallido de la guerra, en 2022, el tratado volvió a ponerse sobre la mesa. El presidente ucranio, Vladimir Zelensky, reclamó que se convocase una cumbre entre los firmantes e incluso el propio Kuleba llegó a recordar durante un encuentro con el Secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, que —si bien el documento no es un tratado de defensa colectivo como tal— sí se firmó “bajo la premisa de que los países que brindaron garantías de seguridad a Ucrania no usarán la fuerza contra nosotros”. Y deslizó: “Si eso sucede, harán todo lo posible para detenerlo”.
Lo que sí mantiene Ucrania en el siglo XXI es un robusto “músculo nuclear”. World Nuclear Association cuenta una decena y media de reactores, de los que el país obtiene alrededor de la mitad de su electricidad. “En junio de 2022, se firmó un acuerdo con Westinghouse por el que la empresa proporcionará todo el combustible para la flota ucraniana”, detalla el organismo. Las centrales han ocupado también un papel especialmente delicado a lo largo de la guerra.
Imagen: GTRES
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La noticia En 1991 Ucrania tenía el tercer mayor arsenal nuclear. Lo cedió a cambio de que Rusia respetara sus fronteras fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .