“Allí donde vayas, te encontrarás a un gallego”: eso dice un famoso dicho español, que hace referencia al pasado emigrante de sus gentes y a su espíritu aventurero para abrirse camino donde sea. La frase, aunque sólo sea un tópico como muchos otros, podría aplicarse al explorador Alfonso Graña, un gallego al que encontraron en la selva amazónica convertido en nada menos que en el rey de los Jíbaros.
Lo de “encontrarse a un gallego en cualquier parte del mundo” le sucedió a los vecinos de Iquitos, Perú, cuando un día, a finales de los años veinte, vieron aparecer en el río Amazonas a un grupo de indios wampis que llegaban de la selva y se acercaban a la ciudad en varias canoas repletas de pescado para comerciar.
Lo que más les sorprendió fue percatarse de que la persona que los lideraba no era un indígena, sino que se trataba de un hombre blanco, con gafas, alto y muy delgado, que respondía al nombre de Alfonso Graña. Conocido como Alfonso I de la Amazonia, este vecino de Ourense reinó durante 12 años en un territorio de tamaño equivalente a la mitad de España. Esta es su historia.
Allá por 1890, la pobreza y las enfermedades castigaban a las comarcas de Galicia, lo que impulsó una emigración masiva a América a finales del siglo XIX. Entre los que se marcharon se encontraba Alfonso Graña, que vivía en un pueblo de la provincia llamado Avión y que, al igual que muchos otros jóvenes de la zona, embarcó con destino a Brasil. Al poco tiempo de llegar a Latinoamerica se trasladó a Iquitos, Perú, donde se dedicó a la recolección del caucho, en auge en aquella época.
Tenía sólo 18 años de edad y un sueño: encontrar fortuna.
Sin embargo, a mediados de 1920, en pleno desplome mundial de los precios del caucho debido a la crisis de este material por la competencia de Malasia, se quedó sin empleo y decidió adentrarse en las profundidades de la selva junto con otro amigo gallego para descender por el Amazonas en búsqueda de un futuro mejor, como buscador de oro.
La suerte no quiso que llegaran muy lejos, pues al poco de adentrarse en la espesa jungla fueron capturados por una tribu indígena de jíbaros. Se sabe de esta tribu que eran hábiles guerreros, cazadores, reductores de cabezas, algunos incluso caníbales y crueles asesinos de hombres blancos. Sobre lo que le sucedió a su compañero no hay mucha información, aunque se sospecha que fue ejecutado.
Grana fue más afortunado. Estando cautivo, la hija del jefe de la tribu se enamoró de él. Y el gallego fue obligado a casarse con ella. Cuando este falleció, se convirtió en el primer apu (líder) blanco de los shuar. Fue coronado Rey de los Jíbaros y de la Amazonia Occidental, con el nombre de Alfonso I, cargo que ostentó durante 12 años y que lo convierte en el último monarca que ha dado Galicia en mil años.
En las manos de Graña quedó una extensión de terreno enorme que gobernar. Y eso se le dio mejor de lo esperado. Durante los primeros años se ganó el respeto de los indígenas, que lo veían como una deidad por no enfermar y por su audacia e inteligencia. Aunque llegó a América siendo analfabeto, aprendió a leer y pronto estaba enseñando a los miembros de la tribu como construir molinos de agua y otros artilugios para desecar la carne, extraer la sal, etc.
Otra cosa que le granjeó respeto entre los indígenas y los habitantes de la región fue su dedicación a establecer una relación mercantil con la ciudad peruana de Iquitos, que se prolongaría durante años. Dos veces al año y en grandes canoas, aparecía él y su tribu en las orillas del río con productos de la selva con los que comerciar.
En el libro Mosquera y Graña, capitanes de la selva, Víctor de la Serna cuenta lo siguiente: “Se supo por unos indios jíbaros, de la tribu de los huambisas (wampis), que allá por la gigantesca grieta que el Amazonas abre en el Ande, hacia el Pongo de Manseriche, vivía y mandaba un hombre blanco. Graña era el rey de la Amazonia. Y entonces un día, hacia Iquitos, avanzó por el río una jangada con indios jíbaros, muchas mercancías y Graña”.
Conforme esta relación con la civilización prosperaba, sus hombres quedaron maravillados con los placeres de la vida moderna que se vivía al otro lado del río. Graña les llevaba a la ciudad a que les curaran las úlceras, les cortaran el pelo, les compraba helados y los llevaba al cine. A veces, incluso se ponían traje y sombrero de copa y paseaban por la ciudad en un Ford descapotable.
También organizó expediciones a la selva. En 1933 el piloto español, también gallego, Francisco Iglesias Brage, se embarcó con nuestro protagonista en un proyecto expedicionario para recorrer todo el Amazonas junto a 5.000 indios sobre los que reinaba, para grabar una película.
También ayudó a recuperar un hidroavión estrellado de las fuerzas aéreas peruanas y a uno de sus tripulantes. Eso le sirvió para que su soberanía de la Amazonia fuera reconocida por el gobernante de Perú. Prueba de su autoridad en aquel terreno es que la petrolera norteamericana Standard Oil, propiedad de John D. Rockefeller, tuvo que negociar con Graña para poder realizar un sondeo de petróleo en el Alto Amazonas.
Sus días terminaron en diciembre de 1934. Un español residente en Iquitos envió una carta a Iglesias Brage, el piloto del que hablábamos antes, informando de la muerte de Graña. La carta decía: “Le supongo enterado de que el pobre Graña murió el mes pasado, cuando se dirigía a su fundo del Marañón. El pobre padecía cáncer de estómago y no tuvo remedio”.
Nadie sabe qué pasó con sus restos o cómo despidieron los jíbaros a su líder. Su nieto, Kefren Graña, lleva la Federación Wampis del Rio Santiago, que controlan la los recursos naturales del Reino que una vez gobernó su abuelo. De él ya no queda nada más que su legado y, de vuelta en Galicia, una placa en su casa de Avión que dice: “Casa natal de Alfonso Graña, Rey de los jíbaros. 1878 – 1934”.
Imágenes: Xoan Arco Da Vella
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La noticia Hace 100 años, un explorador gallego se convirtió en el autoproclamado rey de los jíbaros: Alfonso I de la Amazonia fue publicada originalmente en Xataka por Albert Sanchis .