El papel todo lo aguanta. Un desayuno de trabajo en un soleado patio de la costa californiana, también. De esa guisa, entre tazas de café, cruasanes y tostadas con mermelada que van y vienen, se encontraba en 1957 un grupo de científicos de la pintoresca American Miscellaneous Society (AMSOC) cuando dos de ellos, el geólogo Harry Hess y el oceanógrafo Walter Munk, decidieron lanzar una propuesta de investigación: abrir un enorme boquete en la Tierra.
Y lo de enorme no es una exageración.
Lo que planteaban Hess y Munk era perforar un pozo kilométrico que permitiera alcanzar y extraer una muestra de la conocida como discontinuidad de Mohorovičić, el límite entre la corteza terrestre y el manto, una franja localizada a una profundidad de entre 25 y 40 kilómetros en los continentes y de 5 a 10 km si lo que se toma como referencia es el fondo oceánico. Es más, ya puestos a excavar podía incluso obtenerse una muestra del propio manto del planeta.
“Sonaba tan simple y lógico”
La idea sonaba delirante, pero corría 1957, la carrera espacial tomaba fuerza y con la Guerra Fría como telón de fondo desde EEUU se miraba con interés cualquier proyecto que le permitiera demostrar su poderío científico ante la URSS.
Además, como reconocería Willard Bascom, de AMSOC, la propuesta parecía de lo más razonable cuando se escuchaba con un café caliente en la mano, entre colegas y dejándose acariciar por el sol matutino en la costa del Pacífico.
“El proyecto sonaba tan simple y lógico en un desayuno de trabajo en un patio soleado”, escribía tiempo después sobre aquel peculiar brainstorming.
Resultase o no simple —que, espóiler: no, no lo era— la idea llegó a buen puerto. Sus impulsores supieron aprovechar los fuertes vientos de rivalidad internacional y dejaron caer lo mucho que los rusos estaban avanzando en el campo de las ciencias y cómo miraban con interés la exploración de la discontinuidad de Mohorovičić.
El 57 era el año del lanzamiento del Sputnik soviético, así que la estrategia funcionó y el proyecto de perforación acabó logrando el respaldo de la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), agencia gubernamental creada siete años antes.
A la aventura la bautizaron Proyecto Mohole, combinación de “Moho”, la abreviatura de Mohorovičić, y “hole”, agujero, en inglés. Corto Sencillo. Fácil de manejar y entender. Todo lo que no iba a resultar el desafío científico en sí.
“¿De dónde sacamos el dinero?” no era sin embargo la única cuestión que debían resolver los científicos. Otra, igual o incluso más crucial, era “¿Dónde perforar?”
La respuesta fue una ubicación muy concreta del Pacífico, cerca de la Isla Guadalupe, frente a la costa de México. Y había una buena razón para que así fuera. Si los esfuerzos se centraban en el fondo del océano el equipo tendría que horadar bastantes menos metros de corteza terrestre, una ventaja nada desdeñable cuando el objetivo está a kilómetros de profundidad.
El problema, claro, es que eso exige operar desde un barco, en mitad del océano, entre el oleaje, y desplegar el equipo de perforación a lo largo de más de 3.000 m de profundidad. “Es como tratar de trabajar en la superficie de la Tierra desde un helicóptero, a media milla de altura”, explica a Vox la geóloga Donna Blackman.
Hoy, con el buque japonés Chikyu abriendo pozos de récord, una flota internacional que incluye modernas embarcaciones perforadoras como el Noble Globetrotter I —el que encabeza este artículo, construido hace doce años— y los investigadores alcanzando marcas de 8.023 metros bajo el agua, el reto quizás suene menos impresionante, pero en la década de 1950 lo era.
Las petroleras todavía no se habían lanzado a perforar en aguas tan profundas y acometer una empresa como la planteada por la AMSOC requería responder antes a una serie de cuestiones técnicas: ¿Cómo mantener el buque inmóvil en mitad del océano para desplegar el equipo de perforación? Lo de soltar anclas no resultaba demasiado práctico dada la enorme distancia a la que situaba el lecho marino, así que la solución final pasó por emplear un sistema de hélices.
El mismo ingenio tuvieron que aplicar para resolver otras cuestiones tan o más peliagudas: ¿Cómo desplegar la tubería a cotas tan bajas y entre fuertes corrientes? ¿Cómo perforar con la profundidad que requiere llegar a Moho? Y una vez solucionados esos retos, ¿Cómo subir las muestras hasta el buque?
Con un plan trazado, en 1961 los científico zarparon a bordo del buque CUSS I rumbo a la isla Guadalupe para desplegar la que se suponía que sería la primera fase del Proyecto Mohole. Los técnicos realizaron media docena de pozos en total, el más profundo de 183 metros y a una profundidad bajo el agua de 3.600 m. La maquinaria llegó a penetrar 13 m en el basalto de la corteza oceánica superior.
Aquello quedaba muy, muy lejos de los 6.000 metros necesarios para llegar a Moho y el manto, pero fue toda una hazaña que incluso llevó al presidente John F. Kennedy telegrafiar a la Academia Nacional de Ciencias para celebrar lo que, consideraba él, suponía todo “un logro notable, un hito histórico”.
Ni las buenas palabras de Kennedy, ni lo prometedor de la empresa, ni la capacidad que había demostrado para superar los retos técnicos sirvieron sin embargo para que el Proyecto Mohole llegase mucho más allá.
In 1961, the Mohole project started, with the aim of drilling through Earth's crust to the mantle. John Steinbeck (yes, winner of the Nobel Prize in Literature 1yr later) was on the ship & I've just found his amazing (genuine joy plus snark) article: https://t.co/CPEB7mCf9q pic.twitter.com/DymGw2ta4o
— Helen Czerski (@helenczerski) December 21, 2021
Lo de agujerear el fondo oceánico salía caro y en 1966 el Congreso de EEUU decidió que no interesaba seguir costeándolo. Añádele a eso errores burocráticos, la disolución de AMSOC en 1964 y diferencias entre los miembros del equipo sobre cuáles debían ser los siguientes pasos y tendrás el epitafio de un proyecto que, con todo, se recuerda como un capítulo especial en la ciencia del siglo XX y sirvió para demostrar las interesantes posibilidades de la perforación del fondo oceánica.
El Proyecto Mohole no marcó tampoco el fin del interés en el manto terrestre, objetivo en el que también se centraron los soviéticos y dejó otras historias igual de curiosas, como la del kilométrico pozo superprofundo de Kola, de 12,2 km.
Empresas nada sencillas, pero tan atractivas que, como reconocía Bascom, resulta muy difíciles darles la espalda cuando se discuten sobre el papel.
Imágenes: Noble Globetrotter I en una imagen de la Bureau of Safety and Environmental Enforcement BSEE (Fickr) y Ausdew (Flickr)
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La noticia Proyecto Mohole: la loca, loca historia del pozo más profundo de la historia que jamás llegamos a perforar fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .