Seamos claros: enviar cosas al espacio es caro. Muy caro, de hecho, aunque progresivamente ha tenido lugar un significativo abaratamiento.
Durante el apogeo del programa del transbordador espacial de la NASA, el coste de llevar una carga al espacio se estimaba en 54.500 dólares por kilo, aproximadamente. A principios de la década de 2010, empresas como United Launch Alliance y Arianespace ofrecían lanzamientos a un coste que rondaba los 10.000 a 20.000 dólares por kilo.
Actualmente, según el estudio Space Launch to Low Earth Orbit, el Falcon Heavy de SpaceX ha reducido el coste hasta aproximadamente 1.500 dólares por kilo. En cuanto a otros destinos, enviar algo a la Estación Espacial Internacional tiene un coste de alrededor de 60.000 dólares por kilo. Los viajes a la Luna oscilan entre 45.000 y 50.000 dólares por kilo. Sin embargo, el coste de enviar algo a Marte es exorbitante, alcanzando los 2,5 millones de dólares por kilogramo.
Este abaratamiento se atribuye a factores como la reutilización de cohetes y la optimización de los procesos de fabricación y lanzamiento. Con todo, el 90% del coste total de cualquier misión espacial está destinado simplemente a elevar el combustible necesario para los cohetes. Es decir, se usa mucho combustible para elevar mucha carga. Si queremos que el turismo espacial despegue, necesitamos desarrollar otros tipos de combustible si queremos observar un descenso de los precios que resulte significativo.
Además de todo esto, viajar al espacio está todavía asociado a unos riesgos inherentes al estado del arte de nuestra tecnología. Por ejemplo, si bien la tecnología ha avanzado considerablemente, el riesgo de fallo del cohete durante el lanzamiento o el aterrizaje todavía existe y podría resultar en la pérdida de vidas.
También, fuera de la atmósfera terrestre, los astronautas y pasajeros están expuestos a niveles más altos de radiación, lo que podría tener efectos a largo plazo sobre su salud. Además, un fallo en los sistemas de presurización del vehículo espacial podría llevar a condiciones potencialmente mortales. Las fuerzas G que se experimentan durante el lanzamiento y el aterrizaje también pueden tener efectos adversos en personas con condiciones médicas preexistentes. Otros riesgos incluyen el peligro de colisión con desechos espaciales y la posibilidad de problemas psicológicos como el estrés y la ansiedad en un ambiente tan desconocido y confinado.
También hay que considerar que las tecnologías de soporte vital aún no se han probado en misiones de larga duración con civiles. Por último, aunque no menos importante, la reentrada en la atmósfera terrestre es otro momento crítico que presenta riesgos tanto de sobrecalentamiento como de fallo del escudo térmico.
Estos riesgos críticos subrayan la necesidad de un entrenamiento riguroso, regulaciones estrictas y avances tecnológicos continuos para garantizar la seguridad en el turismo espacial y otros vuelos civiles al espacio. No en vano, un reciente estudio demuestra que los viajes espaciales debilitan el sistema inmunitario de los astronautas debido a los efectos de la gravedad cero, haciéndoles vulnerables a las infecciones bacterianas, virus e incluso el cáncer.
Ir al espacio, en resumen, no es un agradable paseo. Ni en lo económico ni en lo ambiental.
Una atajo económico: los globos estratosféricos
Empresas como Virgin Galactic y Blue Origin ofrecen vuelos suborbitales que permiten a los pasajeros experimentar unos minutos de ingravidez. Los viajeros pueden ver así la curvatura de la Tierra y la negrura absoluta del espacio, lo que proporciona, en ocasiones, ofrece una perspectiva completamente nueva sobre nuestro planeta y nuestro lugar en el universo.
Es el caso de la iniciativa española Halo Space, que planea llevar 10.000 turistas al espacio en esta década mediante globos aerostáticos, según nos comenta el CEO y fundador de la empresa, Carlos Mira, en el marco de la cuarta edición de la Cumbre internacional sobre turismo espacial y subacuático SUTUS (Space & Underwater Tourism Universal Summit).
Aunque un vuelo de estas características, diseñado para ofrecer vistas de la Tierra desde el espacio, no llega al coste de una misión a la Estación Espacial Internacional (unos 30 millones de euros) o a una experiencia en vuelo parabólico (hasta 500.000 euros) tampoco estamos ante una opción económica. En sus planes para llevar turistas al espacio menos exterior, Halo Space calcula un precio por billete que podría rondar los 150.000 euros.
A pesar de que Halo Space todavía no admite reservas, la compañía confiesa un alto nivel de interés en el proyecto. Sus primeros vuelos comerciales se estiman para 2024 o 2025. Una de las primeras personas interesadas tiene 88 años, lo cual ofrece pistas sobre la clase de vuelos, acondicionados para todo tipo de turistas, que Halo Space desea ofrecer.
No en vano, este proyecto ya tiene una tecnología probada. En diciembre de 2022, en Hyderabad (India), se elevó con éxito su cápsula prototipo (no tripulada) a 37 kilómetros de altura con un globo estratosférico propulsado por hidrógeno. Halo Space quiere realizar el primer vuelo tripulado con el máximo de garantías de seguridad. El proceso sería el siguiente: después de alcanzar una altitud máxima de 40 kilómetros, el helio se liberaría lentamente del globo para permitir un descenso suave y controlado.
Una cápsula presurizada, con el suficiente espacio para ocho pasajeros, proporcionará vistas de 360º durante todo el viaje. A la vez, un sistema de navegación de vuelo actualizará la trayectoria de vuelo planificada con datos en tiempo real. Finalmente, un paracaídas orientable permitirá al piloto navegar la cápsula y aterrizar de forma segura.
Próxima frontera: el olor
Una queja menos conocida pero persistente entre los astronautas es el olor particular del espacio, a menudo descrito como una mezcla de metal caliente, carne quemada y ozono. Es algo que, por ejemplo, explica el astronauta Tim Peake en su libro ¿Por qué el espacio huele a barbacoa, tras permanecer una buena temporada en la Estación Espacial Internacional (ISS).
El espacio tiene un aroma que combina metal caliente, humo de diésel y barbacoa, generado por compuestos llamados hidrocarburos policíclicos aromáticos. Estos compuestos, dispersos por el universo, también están en la base de las primeras formas de vida en la Tierra y son abundantes en carbón, petróleo y alimentos. Aunque los astronautas no pueden oler el espacio directamente, los compuestos olorosos se adhieren a sus trajes, desprendiendo un olor similar al de una chuleta quemada.
Paralelamente, vivir en un ambiente cerrado tan pequeño tiene aparejados otros problemas. Por ejemplo, a pesar de que los astronautas siguen estrictos protocolos de higiene para minimizar olores corporales y la degradación de los materiales dentro de la ISS, y de que existen sistemas avanzados de filtración de aire para eliminar partículas y olores, los estándares no serían apropiados para un hotel de lujo. Resolver esto no es solo una cuestión estética; también podría ser crucial para el bienestar psicológico de los turistas.
A pesar de todos estos escollos, ya hay proyectos ambiciosos que aspiran a facilitar un viaje agradable a una estación espacial.
Estaciones comerciales: un salto de ciencia ficción
Uno de los proyectos empeñados en resolver las incomodidades del espacio es la construcción de un hotel espacial que promete vistas inigualables hacia nuestro planeta. Este proyecto quiere ver la luz en el año 2027, una fecha que, aunque a todas luces parece demasiado optimista, viene respaldada por Tim Alatorre, COO de la compañía en cuestión, Above Space.
La empresa dice haberse puesto manos a la obra con el desarrollo de estaciones equipadas con gravedad artificial, algo crucial para contrarrestar los efectos que la ingravidez podría tener en la salud de los huéspedes. El hotel, que por ahora lleva el nombre de Estación Pioneer, tiene múltiples propósitos. En sus primeras etapas, no solo abrirá sus puertas a turistas, sino que también será un centro de investigaciones científicas. Al menos según sus ideólogos.
La Estación Pioneer está diseñada para hospedar a 24 huéspedes junto con una tripulación de cuatro miembros, quienes estarán a cargo de guiar la experiencia y proporcionar todos los servicios necesarios para garantizar una estancia cómoda y segura. Con todo, hay planes para futuras expansiones que podrían incrementar la capacidad del hotel a un total de 400 clientes. Además, estas ampliaciones incluyen la construcción de variadas instalaciones de ocio que enriquecerán aún más la experiencia de los visitantes.
Según Alatorre, las comodidades en el espacio serán casi iguales a las de un hotel en la Tierra. Y asegura que no habrá rastro de malos olores.
La última frontera: el riesgo
Todos estos proyectos tienen una naturaleza experimental. Pero aunque viajar al espacio continúe siendo una gesta más propia de aventureros que de turistas, la industria se está moviendo para que esto cambie a medio plazo.
Si introducimos una óptica más optimista, podemos retrotraernos al advenimiento de la aviación comercial para comprobar que las cosas, entonces, tampoco pintaban demasiado bien. En la década de los ’20, Europa inauguraba la primera compañía aérea, la KLM, y durante la década siguiente aparecieron decenas de compañías. En Estados Unidos, por el contrario, el número de vuelos comerciales regulares era cero, y los aeródromos ni siquiera tenían torre de control. Según Bill Bryson en One Summer: America, 1927, viajar en avión en esa época era casi tan peligroso como jugar a la “ruleta rusa”.
Sin embargo, en la actualidad solo el 0,000025% de los vuelos comerciales de todo el mundo sufrieron un accidente fatal en cualquier año reciente. En los últimos 70 años, volar se ha vuelto 2.100 veces más seguro. Según Arnold Barnett, profesor de estadística del MIT y especialista en el modelado matemático enfocado a problemas de salud y seguridad, un niño estadounidense tiene mayor probabilidad de ser escogido como presidente de su país en algún momento de su vida que morir en un avión de pasajeros.
La idea de hoteles orbitales de lujo parece sacada de una novela de ciencia ficción del mismo modo que la idea de cruzar el Atlántico a vuelo lo parecía en 1823. Pero con el rápido avance de la tecnología y la inversión en el sector espacial ya no es un sueño tan lejano. Para hacer realidad estos proyectos, debemos centrarnos en superar los desafíos, incluido los menos glamurosos, como conseguir que el espacio huela bien. A medida que avancemos, en esta dirección, es probable que el próximo destino de lujo no esté en una isla exótica, sino en la órbita de nuestro planeta.
A largo plazo, el turismo aspira a ser una de las muchas industrias que conformen una economía espacial más amplia: desde la minería de asteroides hasta estaciones espaciales habitadas, pasando por colonias en otros planetas. Vamos hacia esa dirección. Si es que el olor a chuleta quemada no trunca el viaje.
Quizá a algunos les suene demasiado aventurado. No obstante, también viajar a la Luna era algo de ciencia ficción, y se logró en menos de una década desde el anuncio del programa Apolo. Con este espíritu de tipo Moonshot Thinking, podemos esperar que los desafíos actuales del turismo espacial sean superables. Y que el espacio, después de todo, huela un poco mejor.
Imagen | Halo Space
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La noticia Si la industria espacial quiere democratizar el turismo debe superar varios retos. Como que el espacio huela bien fue publicada originalmente en Xataka por Sergio Parra .