Casi todos hemos oído hablar del accidente de Chernóbil de 1986. Un dramático evento ocurrido en el tramo final de la Unión Soviética que pasó a la historia como la mayor catástrofe nuclear de todos los tiempos. Y que, por si eso fuera poco, a principios de este año volvió a acaparar la atención mediática en medio de la Invasión de Rusia a Ucrania.
Pocos sabíamos, sin embargo, que un año más tarde de aquel fatídico evento, en Brasil se estaba gestando el mayor accidente radioactivo ocurrido fuera de una instalación nuclear. Un desastre que, según el Organismo Internacional de Energía Atómica, acabó matando a cuatro personas y contaminando por radiación a más de 250.
El resplandor de la muerte
Un 13 de septiembre de 1987, Wagner Pereira y Roberto Alves, dos chatarreros de la ciudad brasileña de Goiânia, entraron en una clínica privada que había sido abandonada dos años antes en busca de elementos metálicos que pudieran llevarse para después vender. Así, cargaron su carretilla con todas las piezas que pudieron y se fueron del lugar.
Una vez en casa de Alves, los hombres continuaron con sus actividades habituales y empezaron a desarmar una máquina cuyo funcionamiento desconocían. Se trataba de una unidad de radioterapia que había sido utilizada para los tratamientos contra el cáncer y que en su interior contenía 19 gramos de cesio-137.
De acuerdo a Medical News, este tipo de máquinas funciona con fuentes altamente radiactivas, como el cesio. El dispositivo de irradiación se coloca sobre el paciente y un colimador gira para irradiar con alta precisión una parte determinada el cuerpo por un breve período de tiempo.
Entre tanto, Alves vendió las piezas que había retirado de la unidad de radioterapia a un depósito de chatarra de la ciudad. De acuerdo a la revista Ain’t No Way To Go, esa misma noche, el propietario de la chatarrería, Devair Alves Ferreira, descubrió un enigmático resplandor en su garaje. Cautivado por el fenómeno, pensó en invitar a sus amigos y familiares a contemplarlo.
Pero la curiosidad pudo más que cualquier otra cosa. Así, Ferreira llamó a un amigo para intentar abrir una cápsula del aparato, pero solo consiguieron perforar el colimador, lo que les permitió observar dentro y extraer parte del enigmático polvo. El hermano de Devair, Ivo Ferrerira, incluso se llevó algunos fragmentos del material y los colocó en la mesa principal de su casa.
El periódico brasilseño Jornal Opção cuenta que Leide das Neves Ferreira, la hija de Ferreira, tocó el material brillante mientras comía, incluso se lo frotó en la piel para mostrárselo a su madre. Al poco tiempo, algo extraño comenzó a suceder en la comunidad. Varios vecinos enfermaron y, curiosamente, muchos de ellos fueron hospitalizados por presentar varios síntomas en común: diarrea, vómitos, fiebre alta y pérdida de cabello.
Gabriela Maria Ferreira, la esposa de Devair Alves Ferreira, fue la primera persona en advertir una relación entre las piezas que había llevado su marido a su casa y el brote que acababa de comenzar. Pensando en que la cápsula podría ser peligrosa, la guardó en una bolsa de plástico y se montó en un autobús de camino a una oficina pública de salud.
La mujer fue recibida por un médico, quien sospechó que la cápsula podía ser peligrosa y decidió mantenerla alejada de sí mismo y de los otros empleados de lugar. De esta manera, según el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Brasil, se encargó al físico Walter Mendes Ferreira que examinara la cápsula con un contador de centelleos, tarea que terminó por desvelar la presencia de radiactividad.
Desde el momento en el que la cápsula había sido extraída de la clínica abandonada hasta el momento en el que fue descubierto el problema, habían pasado varios días. Para aquel entonces, el material radiactivo se había esparcido por muchos lugares, incluido el autobús en el que viajó Gabriela Ferreira y las oficinas de salud.
Ante este panorama, el gobierno tomó cartas en el asunto. Transformó un estadio vacío en un hospital de campaña. Allí se examinaron más de 110.000 personas, todas las que se creían que podrían estar en riesgo por el accidente, pero se detectó radiación en poco más de 250 personas. Muchas de ellas fueron trasladadas a hospitales en São Paulo para recibir tratamiento médico.
En relación a las tareas de descontaminación, estas no fueron fáciles y requirieron de grandes esfuerzos. En primer lugar, las autoridades confiscaron, y en muchos casos destruyeron, las pertenencias de miles de personas. Se utilizaron diferentes elementos químicos y aspiradoras para limpiar las superficies contaminadas y se procedió a la demolición de ciertas viviendas.
El trágico desenlace y la búsqueda de responsables
Leide das Neves Ferreira, la pequeña de seis años, y Maria Gabriela Ferreira, la esposa de Devair Ferreira, se convirtieron en las primeras víctimas mortales del desastre de Goiânia. Ambas murieron aproximadamente un mes después de haber sido expuestas al cesio-137 por septicemia e infección generalizada, de acuerdo al periódico The New York Times.
Admilson Alves de Souza y Israel Baptista dos Santos, dos empleados de la chatarrería de Ferreira, de 18 y 22 años respectivamente, también murieron en 1985. Devair Ferreira, a pesar de haber mantenido contacto directo con la fuente radiactiva no enfermó gravemente en lo inmediato. Según declaraciones del presidente de la Asociación de Víctimas del Cesio 137, Odesson Alves Ferreira, a Terra Brasil, el hombre se sentía responsable del accidente. Por esta razón, cayó en depresión y empezó a consumir alcohol en grandes cantidades. Finalmente murió de cirrosis en 1994.
Ivo Ferreira, el padre de Leide das Neves Ferreira, también padeció problemas psicológicos. Abrumado por la tragedia, se convirtió en un fumador empedernido. Enfermó y murió de enfisema pulmonar en 2003. Odesson señala en la entrevista que, aunque muchas personas no enfermaron por radiactividad, la tragedia desencadenó un problema social que afectó psicológicamente a muchas personas.
En cuanto a la búsqueda de responsables, los médicos que habían sido dueños de la clínica abandonada y estaban encargados de operarla, así como el físico hospitalario, fueron condenados a tres años y dos meses de prisión, sin embargo, cumplieron su condena realizando servicios comunitarios. Los chatarreros, por su parte, nunca fueron acusados.
La Comisión Nacional de Energía Nuclear de Brasil, obligada por una sentencia del 8º Juzgado Federal de Goiânia, se encargó de distribuir cuantiosas indemnizaciones a las víctimas y garantizar que recibirían el tratamiento médico y psicológico tanto a ellos como sus descendientes de segunda y tercera generación. The Washington Post señala que la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) calificó al desastre como “uno de los peores incidentes radiológicos del mundo”.
Imágenes: Organismo Internacional de Energía Atómica
– La noticia El día que dos chatarreros desmontaron una máquina médica abandonada y provocaron un desastre radioactivo fue publicada originalmente en Xataka por Javier Marquez .